Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret

Abandonémonos en Dios y Plantemos cara al sufrimiento esta Navidad

Un año más, estamos en tiempo de Navidad, tiempo de alegría, de ilusión, de esperanza. Las calles se llenan de luces y colores vivos, nos llegan cálidos recuerdos de esos momentos felices de la niñez cuando no teníamos preocupaciones y la Navidad era una pura recepción del amor gratuito de Dios a través de nuestros padres, familiares y amigos. 

Pero con el tiempo, sin saber cómo, este niño interior se ha ido apagando. De repente, nos damos cuenta que llega la Navidad, que el mundo trata de venderte la “felicidad”, pero nuestros problemas, nuestros sufrimientos no nos dejan – tal vez incluso aumentan al esforzarnos recrear este mismo ambiente que recordamos para nuestros seres queridos y ver que no somos capaces de ello porque se nos escapa de las manos: tal vez por enfermedad, falta de dinero, distancia física, enfados,…

Por eso, esta Navidad te invito a que dejes que la Sagrada Familia entre en tu casa con Su Paz para dar descanso a todos los reclamos y expectativas de fuera y a todas las preocupaciones que apagan tu espíritu. Porque parece que pasan los días, los meses y los años y nada avanza, que luchamos a contracorriente. A veces puede pasarnos por la cabeza incluso que Dios nos ha abandonado o que no nos responde. Pienso que esto se asemeja a la angustia que debió vivir San José la noche del nacimiento de nuestro Salvador. 

Pensad en este hombre de edad madura para la época, estiman que tenía unos treinta y tres años, a quien le dan como esposa una niña de unos catorce años que resulta estar embarazada sin tener él parte. Y este buen hombre, con una confianza plena en el Señor, no repudia a María y acepta ser el custodio del niño que ha de nacer, fiándose de lo que un ángel le dice en un sueño. 

Por fuerzas mayores debe ir a Belén y una noche, posiblemente fría, su mujer se pone de parto. Desesperado por el imprevisto busca una habitación, una cama, lo que sea! para que su joven mujer pueda dar a luz sóla, en una época donde no habían hospitales, ni comadronas y muchas mujeres morían en el parto. Las madres y vecinas eran las que ayudaban, pero esta adolescente debía dar a luz a su primogénito ¡sola! por la situación en la que se encontraban. Y el justo San José, no recibe más que rechazos. Uno tras otro. No hay sitio para ellos en toda la ciudad. Parece que el mundo está en su contra. 

No sería descabellado ni se podría culpar a San José si en estos momentos hubiera tenido la tentación de pensar que aquel sueño del ángel tan sólo fue un sueño. Siendo un hombre que cumple la ley y trata de ser justo a los ojos de Dios, ¿por qué iba Dios a darle por esposa a una mujer embarazada por cuenta ajena a la que además el Señor no le proporciona siquiera una cama para dar a luz? ¿Qué había hecho mal para merecerse esto? ¿No es Dios compasivo y misericordioso? Este buen hombre tan sólo quería proveer con lo mejor que él creía para su mujer y el niño que iba a nacer. Pero los caminos del Señor no son nuestros caminos y Su justicia no entra en el razonamiento humano.

Sencillamente, los planes de Dios Padre eran otros. Así como San José valoraba, deseaba y luchaba por la comodidad para sus seres queridos, era necesario por designio del Señor que la pobreza, el silencio y la soledad de un pesebre brillase en esta noche tan especial. Cuando San José, cesó de buscar lo que él creía era lo mejor y dejó que el Señor le llevase a aquel pesebre que tenía preparado para el nacimiento del Unigénito de Dios Padre, entonces, sólo entonces, esta Sagrada Familia pudo descansar en la Paz del Señor. Entonces, la pobreza se volvió riqueza. Este pesebre se convirtió en el candelero que contuvo la luz que alumbraría al mundo. A este pesebre fueron dirigidos por la providencia divina reyes de tierras extranjeras con regalos que cubrieron todas las necesidades de esta Sagrada Familia durante su estancia en Belén. 

Doy gracias a Dios cuando, al igual que San José, protegemos y luchamos con todas nuestras fuerzas para proporcionar el mayor consuelo y comodidad para los miembros que están en dolores de parto en nuestras familias. Pero al igual que San José, es preciso confiar plenamente en Dios y abandonarse en sus brazos – debemos darnos cuenta que no necesitamos la comodidad y ruido de un palacio en este mundo. Sólo así podremos entrar en la sencillez del pesebre que nos ha preparado. Sólo libres de nuestros planes, deseos y seguridades, dejaremos que Jesús nazca, brille, adorne con regalos y llene con Su Paz nuestro pesebre. Sólo así podrán abrirse nuestros ojos para contemplar el amor que Dios nos tiene y se manifiesta a través de su providencia. Sólo así, nos daremos cuenta que no estamos solos en esta lucha, que Él nos lleva de la mano, nos protege y no nos abandona. Él conoce nuestras necesidades mejor que nosotros, ¡dejémosle reinar en nuestro corazón desde ahora y por siempre!

Pidamos por intercesión de la Sagrada Familia que nos ayude a ser dóciles a Su voz. Digámosle con firmeza, a imitación de la Santísima Virgen María, un fuerte “Hágase” al Señor. Porque no basta decir que sí pero tratando nosotros hacerlo todo a nuestro gusto, dejémosle hacer a Él. Como dice el Salmo: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Finalmente, pidamos a Dios que nos colme de paz, repitiendo de corazón, en los momentos más duros: “Jesús, confío en Ti; Jesús, confío en Ti; JESÚS, CONFÍO EN TI!”.

Que el Señor os colme de gracia y paz especialmente en este tiempo de Navidad. 

Bendito y alabado sea el Señor!

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