Señor, contágiame de tu pasión
Ya que estamos a las puertas de la Semana Santa, creo que deberíamos aprovechar este tiempo que el Señor nos regala hoy para acercarnos a Él y contemplarle en su vía crucis. Quisiera detenerme un momento en algunas de las estaciones de la vía crucis para adorar su amor.
1. Jesús condenado a muerte.
La sentencia y su ejecución son, en el caso de Jesucristo, un acontecimiento público. Él está ante Sanedrín, Pilato, Ananías, Caifás, Herodes, Barrabás, una multitud sedienta de su sangre y soldados romanos. ¿Por qué Dios lo quiso así? ¿Por qué no le cortaron la cabeza como a Juan el Bautista, casi en secreto, en soledad? La gente lo que buscaba era la humillación pública y acabar con Él. Un fin muy distinto del que tenía Dios, quién permitió que así fuera para deostrar su amor hasta el extremo.
¿Jesús amó a Pilato y a los demás de la lista antes mencionada? ¿Los amó o sólo soportó heroicamente su indiferencia u odio? ¿Murió sólo por los buenos? ¿Podría haber cargado con la cruz con resentimiento, ira o falta de perdón en su corazón? ¿Qué clase de sacrificio sería ése? …. Una actuación bastante mediocre. Pero, ¿es posible amar a Herodes? Jesús llevado ante él se calla, no responde una palabra a sus provocaciones. ¿Es ésta una expresión de amor? Del mismo modo, calla ante la muchedumbre enfurecida que grita: ¡Crucifícalo! ¡Su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos! También guarda silencio ante Barrabás, ante los soldados. ¿Por qué calla? Es como si hubiera permitido que se desahogaran con Él. Dejó que toda la rabia saliera de su interior y se concentrara en Él. No se defiende, no quiere convencerles. Lo único que podía convencerles de su amor era dar la vida por ellos.
Nosotros humanamente amamos hasta cierto punto. El amor de Jesús no tiene límites. Desciende hasta el infierno de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestro mundo. Queridos, creo que hoy en día ese amor de Cristo se está convirtiendo poco a poco en la única opción, en el único lenguaje de evangelización. En este mundo en el que vivimos, nada más puede convencer al hombre del amor de Dios que su muerte, como la muerte de sus discípulos. Este mundo ya se ha vuelto indiferente a la enseñanza sobre Jesucristo; las palabras: Dios te ama ya no sorprenden. La Iglesia busca al hombre moderno de diversas maneras, pero los grandes acontecimientos evangelizadores rara vez cambian su corazón de forma permanente. Sí, al la gente de hoy le gustan los espectáculos y las fiestas… pero luego se nos olvida el impacto que tuvieron, volvemos a la vida cotidiana y matamos en nuestros corazones a hermanos, maridos, mujeres…
Voy a ser un poco provocadora diciendo: Jesús no vino al mundo para hacer un concierto o un súper evento. Vino a morir por nosotros y a resucitar por nosotros. Estoy firmemente convencida de que ésta es la evangelización que su Iglesia reclama hoy. Mira, en tu vida tienes a tu Pilatos, Barrabás, Herodes, los fariseos, los soldados y la multitud a tu alrededor. En tus estudios, en tu trabajo e incluso en tu familia. ¿Cómo los tratas, cómo los amas, cómo ayudas a Jesús a salvarlos?
Cotelo dijo en una entrevista que está convencido de que ya estamos viviendo en una época en la que pronto nos harán la pregunta: ¿cree usted en Jesucristo? ¿Sí o no? La respuesta tendrá serias consecuencias en nuestras vidas. Esta será la hora para la que vinimos al mundo: para dar testimonio de la verdad. A veces, como Jesús, lo único que podrás hacer por amor a los demás es permanecer en silencio no entrar en la provocación. A veces, intentarás hablar, como con Pilatos, pero puede llegar un momento en que, como Jesús ante Caifás, serás llamado a confesar: Sí, creo en Jesucristo mi Señor y Salvador. Y tal vez escuches: eres condenado a muerte por estas palabras….
Jesús se preparó toda su vida para esta hora. También tú tómate en serio tu vida porque es tu única oportunidad para prepararte para la vida eterna, para la hora de la verdad y del testimonio. ¿Cómo prepararse? ¿Cómo vivir? Siguiendo a Jesucristo y acercándote a Él mediante la oración, los sacramentos, la fidelidad y el amor. Una vida así merece la pena.
2. Las caídas de Jesucristo
En este camino, Jesús cae tres veces. No busca demostrar su fuerza física. No quiere dominar, no quiere que le temamos. No tiene miedo de su propia debilidad ni la oculta. Este es el tipo de Dios al que acuden Verónica, Simón y las mujeres que lloran. Se deja ayudar aunque da más de lo que recibe. Incluso en esta hora, no piensa en sus propias necesidades, sino que quiere servir a los demás, mostrarles cariño y amor. Jesús no humilló a nadie en su camino a la cruz. Ni a los soldados, ni a los ladrones crucificados con él, ni a la multitud burlona. Jesús conoce el sabor de la caída y la dureza de volver a levantarse, y se deja ayudar. Está expuesto al poder del pecado, indefenso ante sus opresores, sin el menor deseo de venganza ¡Qué fuerza requiere esto! Fuerza de espíritu.
A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros.
3. Encuentro con la Madre
¿Y el encuentro con la Madre? El Evangelista no nos dice si hubo intercambio de palabras entre ellos. En el amor verdadero y profundo no hacen falta muchas palabras, a veces ninguna. Parecen superficiales, pequeñas, incapaces de expresar lo que el corazón alberga. En este silencio conmovedor, sus miradas se encontraron. María no le da consejos ni consuelos fáciles, ni busca su consuelo. Ella quiere estar a su lado y con Él. ¡Qué ejemplo para nosotros en esta Semana Santa! Estar con Jesús como lo estuvo su madre: con todo su ser, amándole aún más en su hora, dando la vida por Él, sufriendo con Él por la salvación del mundo, como lo hizo Ella, corredentora. Simplemente estar con Él incondicionalmente.
En nuestros conventos estamos con Jesús, adorándole en la noche del Jueves Santo al Viernes Santo. Es la noche de su gran soledad y del rechazo de los suyos. Piénsalo bien, quizá merezca la pena levantarse esa noche y estar con Él, aunque sólo sea un ratito.
María le siguió en el camino de la cruz. Estuvo bajo su cruz, escuchó sus palabras, aceptó su última voluntad…. todo su ser centrado en Él. Paraós a pensar en vuestra propia vida: a veces profanamos incluso este momento, el más sagrado del año litúrgico, molestando a Dios con nuestros pequeños problemas, volviéndo siempre a centrarnos en nosotros mismos. Por una vez, busquemos de verdad estar con Él en este Triduo Pascual, por amor incondicional como el de María.
4. Detengámonos un momento en todos los insultos que Cristo recibió en la Cruz:
- “Tu que destruyes el Templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz”.
- “A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse”.
- “Que le libre ahora Dios si en verdad le quiere”.
- “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
Fijáos cómo se burlan, como buscan herirlo. Escuchad cuánta ira en sus palabras. Sin embargo, se cumplen las profecías: “Cuantos me ven se burlan de mí” (Ps. 21,8)
5. LAS PALABRAS DE CRISTO DESDE LA CRUZ
- “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
- “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
- “Mujer, he ahí a tu hijo”. “He ahí a tu Madre”.
- “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”. “Eloí, Eloí, lama sabactani?”.
- “Tengo sed”.
- “Todo está cumplido”. “Consummatum est”.
- “Padre, en tus manos, encomiendo mi espíritu”.
“Y, dicho esto, bajó la cabeza y entregó el espíritu”.
Os animo a aprovechar este tiempo de meditación para que reflexionéis sobre esas últimas palabras de Jesus desde la cruz, no cómo algo que dijo allí para quienes le rodeaban, sino que esas palabras están también dirigidas a TI, hoy aquí.