La fe es el don más grande con el que Dios nos bendice. Esa fe que nos permite también a los adultos soñar a lo grande. Esa fe que mueve a Jacob a hacer de su vida una vuelta a Dios
En un principio Jacob parece una figura confusa e incluso incompresible, interesado y oportunista. Adquiere su derecho a la primogenitura a cambio de un guiso de lentejas y después engaña a su padre, haciéndose pasar por su hermano Esaú. ¿Qué de bueno nos puede ofrecer una figura que se convierte en alguien importante con esta serie de artimañas? Sin embargo, como siempre, Dios actúa a través de mujeres y hombres y, por tanto, seres limitados, humanos y en ocasiones, hasta miserables. ¿Quién soy yo para juzgar la decisión de mi Dios?
Huyendo de Canaán, en su camino hacia Jarán, Jacob tuvo un sueño. Un sueño que le inquieta, le turba y le mueve a transformar su vida. A partir de este momento la vida de Jacob adquiere la condición de camino y meta. Su vida da un vuelco para fijar la mirada en un Dios que se ha revelado como propio y no como una herencia o tradición. Este es un momento de fe, por eso Jacob declara: “Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”.
Jacob regresó al cabo de muchos años a Canaán y Dios le cambió el nombre, Jacob pasó a llamarse Israel, que significa “Dios prevalezca”. A lo largo de sus muchos años Israel siguió cumpliendo la voluntad de Dios como padre de 12 hijos y la cabeza del pueblo de Dios.
Nuestro camino también sigue y nuestra búsqueda de Dios continúa transformándonos . No somos ni seremos siempre iguales porque Él continúa actuando en nuestras vidas y mostrándonos nuevos caminos. Solo hay que mirar con ojos atentos y llenos fe, dejándole amarnos.