¿Qué es una reliquia?
¿Qué significa la comunión de los santos que pronunciamos en el Credo? ¿Quiénes son realmente los santos para nosotros? ¿Por qué hablamos de reliquias? ¿Qué es una reliquia? ¿Honramos a los santos y a sus reliquias? ¿No es esto más bien una especie de superstición? Estas y otras preguntas similares nacen en muchas personas creyentes y no tan creyentes… Hoy intentaremos abordar un poco ese tema.
El Catecismo de la Iglesia Católica en los puntos 946 al 962 explica detalladamente qué es la comunión de los santos. Ahí podemos leer: No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios. (957)
En el Libro del Apocalipsis, encontramos la siguiente descripción: Vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: «¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!». Y todos los Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: «¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén! Y uno de los Ancianos me preguntó: «¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?». (Ap7, 9-13)
¿Quiénes son y de dónde vienen? San Cipriano en su “Tratado sobre la muerte” nos ofrece una buena explicación: Nuestra patria es el cielo: (…) Allí nos esperan los que amamos: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, la asamblea completa de los bienaventurados, seguros de su inmortalidad, pero inquietos por nuestra salvación. ¡Qué felicidad para ellos y para nosotros volverse a encontrar, reunirnos de nuevo! ¡Qué placer vivir en el reino de los cielos sin temor ya a morir y con la certeza de vivir eternamente! ¿Puede haber una felicidad más completa? Allí se encuentra la asamblea gloriosa de los apóstoles, el coro de los profetas, el grupo innombrable de mártires victoriosos en los combates y en el sufrimiento. Allí están las vírgenes triunfantes que han sometido a las leyes de la castidad la concupiscencia de la carne. Allí están los misericordiosos que han distribuido a los pobres abundantes limosnas y que, según el precepto del Señor, trasladaron su patrimonio terrestre a los tesoros del cielo.
En esta multitud innumerable hay santos que conocemos bien, y otros «desconocidos», a los que el Papa Francisco llama «santos de barrio». Cada uno tiene un camino único hacia la santidad, cada uno con sus propios dones, carismas y pecados. Son personas como nosotros, pero que ahora disfrutan de la cercanía de Dios por toda la eternidad. No se olvidan de nosotros, que somos la Iglesia peregrina en la tierra. No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad. «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo, a sus frailes), «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús)». (CIC956)
Pedimos la intercesión de los santos ante nuestro único Salvador, Jesucristo. No es que debamos adorar a los santos, porque todo honor y toda alabanza pertenecen solo a Dios. A los santos les confiamos nuestros asuntos, nuestras intenciones y les pedimos que nos acompañen en el camino hacia al cielo, para que allí podamos encontrarnos juntos para toda la eternidad.
En la Iglesia católica, se llama reliquias a los objetos asociados a la vida y pasión de Cristo, así como a los restos de los santos después de su muerte. En un sentido más amplio, una reliquia constituye el cuerpo entero o cada una de las partes en que se haya dividido, aunque sean muy pequeñas. Las reliquias también pueden ser las ropas y objetos que pudieran haber pertenecido al santo en cuestión o haber estado en contacto con él. En la historia de la Iglesia, las reliquias de los santos siempre han sido un elemento importante de piedad, aunque ha habido diversos abusos, interpretaciones incorrectas e incluso prácticas supersticiosas. Tratar las reliquias como amuletos que supuestamente traen suerte, protegen contra el mal y garantizan la salud, por supuesto, no tiene nada que ver con nuestra fe en la comunión de los santos. Si hablamos del culto a las reliquias, queremos decir que las reliquias nos ayudan a establecer contacto y relaciones con los santos, una verdadera comunión con ellos. A través de la presencia de las reliquias, los santos nos acompañan en nuestro camino hacia la casa del Padre celestial.
En nuestra capilla de Benicassim hay reliquias de los santos más importantes para nosotras: la Beata Franciszka Siedliska (la Fundadora de nuestra Congregación), las 11 Hermanas Mártires de Nowogrodek y de San Juan Pablo II. Gracias a ellas sentimos su cercanía, les confiamos nuestras múltiples intenciones y las de las personas que nos piden oración. Rezamos con ellos, en la comunidad de los santos, ante el Trono del Cordero, durante las horas de adoración. Os invitamos a nuestra capilla para conocer a nuestros santos. También os sugerimos que busquéis a los diversos santos en vuestras parroquias. Vale la pena hacerse amigo de ellos.