Mayores
Para muchos, la vejez se está convirtiendo en un periodo bastante largo de su vida. Esto es posible, sobre todo, gracias a los importantes avances de la medicina. Sin embargo, para muchos -si no para la mayoría- esta etapa de la vida está marcada por la soledad, la enfermedad, las limitaciones de la edad… Lo vimos al principio de nuestra misión en España, en un hospital comarcal, y lo vemos cada semana al visitar a los ancianos en sus casas. Les visitamos y les llevamos el Santísimo Sacramento, pero además también tratamos de involucrarlos en el apostolado de la oración y el sufrimiento ofrecido por los demás. En este sentido, San Juan Pablo II repetía que los enfermos y los ancianos son el «tesoro escondido de la Iglesia» y el Papa Francisco después agregaría: «La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Es nuestro aporte a la revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas».
Nos encanta pasar tiempo con ellos, y al final siempre sentimos lo mismo después de separarnos: cuando estamos con personas mayores, siempre salimos enriquecidas. Recibimos más de lo que podamos darles.
«Te doy las gracias, Señor, por el consuelo de tu presencia: También en la soledad, eres mi esperanza, mi confianza; ¡Desde mi juventud, eres mi roca y mi fortaleza! Gracias por haberme dado una familia y por la bendición de una larga vida.
Te agradezco los momentos de alegría y de dificultad, por los sueños cumplidos y por los que aún tengo por delante.
Te agradezco este tiempo de renovada fecundidad al que me llamas.
Aumenta, Señor, mi fe, hazme un instrumento de tu paz; enséñame a acoger a quien sufre más que yo, a no dejar de soñar y a narrar tus maravillas a las nuevas generaciones.
Protege y guía al papa Francisco y a la Iglesia, para que la luz del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.
Envía tu Espíritu, Señor, a renovar el mundo, para que la tormenta de la pandemia se apacigüe, los pobres sean consolados y toda guerra termine.
Sostenme en la debilidad, y concédeme vivir plenamente cada momento que me das, con la certeza de que estás conmigo cada día hasta el fin del mundo. Amén.»