La verdadera fecundidad
El tema de la fecundidad es amplio y rico. Tampoco es casualidad que las distintas lenguas del mundo distingan entre los significados de: «fertilidad» y «fecundidad». Aunque hoy quiero abordar este tema principalmente en el contexto del matrimonio, quiero subrayar desde el principio que es igualmente importante en la vida de las personas solteras, las personas separadas, los novios, las viudas, las personas mayores y también las personas consagradas y los sacerdotes. Porque la fecundidad es ante todo el modo comunitario de dar de sí.
Tan sólo en el Libro del Génesis repiten una docena de veces «sed fecundos y multiplicaos». Tras la creación del hombre, las primeras palabras que Dios dirige a Adán y Eva son las mismas: «sed fecundos y multiplicaos». Todo «el libro del Génesis es la historia de las generaciones del hombre: genealogías, anécdotas, nacimientos deseados, difíciles, imposibles, proyectos de matrimonio, una verdadera carrera en la procreación». (Leon-Dufour) Según el AT, la historia de un hombre alcanza la realización en su descendencia. La fertilidad es un signo de la bendición de Dios e incluso la ley del levirato asume la defensa del que muere sin sucesión. Dt 25,5-10: «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella su deber legal de cuñado: el primogénito que ella dé a luz, llevará el nombre del hermano difunto y así no se borrará su nombre de Israel».
En libros posteriores, sin embargo, aparecen palabras que aparentemente contradicen lo anterior. En Is 54,1: «Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, dice el Señor». Vemos cómo Dios va educando poco a poco a su pueblo, ampliando su pensamiento y su comprensión.
Jesucristo, es quien no suprime el deseo de fecundidad, sino que lo realiza dándole su sentido pleno. Jesús mismo no tiene descendencia carnal, pero tiene antepasados y una posteridad espiritual. Jesús de hecho no repitió las palabras anteriores del Génesis «Sed fecundos y multiplicaos» sino que invita incluso a la virginidad voluntaria pero con fecundidad espiritual de quienes les rodean. Mt 19,12: «Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda». Pero hizo todavía más, revelando el sentido de la fecundidad misma.
Jesús lo hizo en primer lugar en relación con la Virgen María. No niega la belleza de su rol maternal pero lo supedita a su fecundidad espiritual. Él respondiendo a una mujer que le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron» Él responde: «Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan». Lc 11,27-28 La Virgen María es bienaventurada porque creyó; por su maternidad, es modelo de todos los que, por su fe, se apegan sin reservas a Dios mismo.
Jesús específica incluso en qué sentido la fe es fecundidad espiritual: no rechaza la importancia de los vínculos de sangre pero entiende que son superiores los vínculos espirituales: «¿Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos? El que hace la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre» Mt 12,48. De este modo, el creyente que se une a Dios participa en la generación de su Hijo. La fecundidad espiritual presupone una fe viva.
Los creyentes, esforzándose por la fecundidad espiritual, participan en la fecundidad de toda la Iglesia. La Iglesia es comparada con una mujer que da a luz, la madre del hijo varón Ap 12. Este es el papel del apóstol, que vemos en la vida y la enseñanza de San Pablo. Él como madre vuelve a engendrar en el dolor Ga 4,19: «Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros»; alimenta a sus pequeños y cuida de ellos 1Ts 2,7: «nos portamos con delicadeza entre vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos»; como padre excepcional los engendra en Cristo 1Cor 4,15: «ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús»; y los exhorta con firmeza 1Tes 2,11-12: «sabéis perfectamente que, lo mismo que un padre con sus hijos, nosotros os exhortábamos a cada uno de vosotros, os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios». Estas imágenes no son meras metáforas, sino que expresan cómo es un verdadero apostolado fecundo en la Iglesia.
Todo creyente debe también dar fruto en la Iglesia, como verdadero sarmiento de la vid verdadera Jn 15,5.8: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos; porque sin mí no podéis hacer nada». Mediante estas obras glorifica a la fuente de toda fecundidad, el Padre que está en los cielos (Mt 5,16).
Por tanto, por resumir un poco el complejo tema, vemos que la fecundidad biológica es importante por supuesto, pero no es ni la única ni la más importante forma de fecundidad. Esta es la fecundidad espiritual , la cual podemos vivir cada uno de nosotros sin importar la situación, la edad ni la condición.
Todo el texto sobre la fecundidad matrimonial.