La sinceridad
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
Hoy nos toca a hablar sobre la virtud de la sinceridad. La palabra “sinceridad” viene del latín “sincerus”, que significa “puro de corazón”. Sin la pureza en el corazón no se puede ser sincero. ¿Qué es la pureza del corazón? Podemos decir que la pureza significa la transparencia. Nos gustaría ser transparentes, presentarnos ante los demás tal y como somos. Hablar con sinceridad, con transparencia, decir lo que verdaderamente pensamos. ¿Y qué pasa cuando lo hacemos? Que cuando actuamos de este modo nos sentimos incomodos con los demás, con nosotros mismos porque somos conscientes de nuestra debilidad.
La palabra “sinceridad” viene también de otra palabra latina, la de “sincera”. Podemos decir en nuestra lengua: sin cera. Los romanos usaban la cera para tapar sus defectos físicos, era una especie de maquillaje. Nosotros también usamos varios tipos de “cera” para ocultar nuestras debilidades. En muchas ocasiones nos gustaría quitar esa cera y ser sinceros, pero esto nos cuesta… Porque de nuevo sentimos nuestra debilidad.
Otra definición de la “sincerad” la podemos encontrar en el Evangelio, en el sermón de la montaña, cuando Jesús dice que nuestro lenguaje será SI, SI y NO, NO… ¿Por qué? Porque cuando decimos SI con la boca, tenemos ser coherentes con lo que pensamos, lo que tenemos dentro del nuestra mente, de nuestro corazón. Y cuando decimos NO, es exactamente lo mismo. Parece todo claro, pero ¿porque nos cuesta tanto? ¿Qué ocurre? Cuando nos encontramos en un gran grupo, a menudo decimos lo que dice la mayoría, no queremos destacar. Tenemos que hablar con sinceridad, pero nos callamos o decimos cosas que no pensamos verdaderamente. ¿Por qué nos pasa esto? Porque es difícil para nosotros ser sinceros y otra vez experimentamos nuestra debilidad.
En esta situación nos puede ayudar nuestro amigo, San Pablo. En su carta a los Romanos Pablo escribe: “Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal.” (Rm7, 19-21) Pablo experimento una verdadera lucha espiritual. Se sintió pequeño ante el Señor y su gracia tan generosamente derramada en su corazón. En la segunda carta a los Corintios escribe: “Tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad».” (2Cor12, 7-9)La respuesta de Pablo es la clave para nuestras luchas contra las debilidades que experimentamos: “Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.”
En muchas ocasiones quiero ser sincero y no puedo… Quiero amar y no puedo… San Pablo me enseña que mi debilidad es mi tesoro porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad de los hombres. La Biblia está llena de personajes débiles (los pecadores) con quienes Dios escribió la historia de nuestra salvación. Lo mismo ocurrió en la vida de muchos santos. El verdadero santo conoce sus debilidades y es consciente de que es pequeño ante el Señor, que es un pecador. Pero el Señor hace cosas grandes con ellos a pesar de sus debilidades.
Dios nos ama tal y como somos, con nuestros pecados y debilidades y quiere que seamos santos. Nuestra debilidad es nuestra fuerza. Tenemos que quitar “la cera” para ser sinceros. Somos los pobres pecadores a quienes Dios ama con locura. El Señor se manifiesta en nuestra debilidad, si le dejamos hacerlo.
¿Cuál es mi debilidad? ¿Qué “cera” tengo que quitar para ser sincero con Dios, conmigo mismo, con los demás?