Desde los inicios de la Congregación, nuestra Fundadora se preocupó por el correcto equilibrio de la vida de oración y la vida apostólica en nuestras comunidades. No somos una comunidad contemplativa y de clausura. Dios nos ha invitado a vivir de forma activa en medio de este mundo.
Queremos vivir como vivió Jesucristo en Nazaret, es decir, en la comunidad de fe, en la presencia de Dios, buscándolo en cada segundo y en cada acontecimiento del día ordinario. Queremos, como Él, vivir la voluntad del Padre, dando la vida por los demás por amor. Esta aparente sencillez de los 30 años de vida de Jesús en Nazaret es rica en significado. Pues, revela un Dios que vive la monotonía de la vida con nosotros, sin acontecimientos espectaculares, en la sencillez y el ocultamiento, que acepta la vida cotidiana como la Voluntad del Padre.
Sabemos que la belleza de la vida de la Sagrada Familia brota de su inmersión en Dios, de la oración profunda, de la sumisión al Espíritu Santo. María y José viven su vida cotidiana en la proximidad de la presencia del Dios-Hombre. Esto es lo que aprendemos de ellos, a vivir en su presencia. De hecho, lo que hacemos es secundario porque, si brota de la experiencia de la proximidad y el amor de Dios, ya no es tan importante para una hermana de Nazaret si trabaja en una guardería o en una universidad, en España o en Kazajistán. Lleva el cielo en su alma, vaya donde vaya.
Vamos adonde Jesús nos envía, adonde la Iglesia nos necesita. Vamos con lo que tenemos, con lo que somos. Nuestra primera atención es nuestra relación con Jesús. Lo cuidamos en la oración diaria personal y comunitaria; buscando un buen acompañamiento espiritual, cuidando la formación adecuada y permanente.
Nazaret es el hogar, es la familia, es la cotidianidad extraordinaria. Hablamos mucho entre nosotras, nos conocemos y nos apoyamos en el camino de la fe. En la comunidad, vivimos retiros mensuales. Todos los años tenemos un retiro de 8 días en silencio. Es un tiempo para recargar las pilas, para descansar verdadera y profundamente en Dios.
Nuestra oración se alimenta de la Palabra de Dios, de la Lectio Divina diaria. Compartimos con gusto la Palabra de Dios en comunidad. Basándonos en la Palabra de Dios y en nuestras Constituciones, vivimos nuestra revisión mensual de vida en la comunidad. Celebramos juntos la Liturgia de las Horas y participamos en la Eucaristía diaria. Adoramos a Jesús en el Santísimo Sacramento cada noche. En esta oración nos acompañan los que se acercan generosamente a nuestra capilla.
Durante el día estamos implicadas en varias obras y apostolados, salimos a buscar a la gente, pero ellos también vienen a vernos. Por lo tanto, nuestra vida está en función de las necesidades de la Iglesia y de las personas que Dios nos confía. Cada día es diferente, cada día requiere disponibilidad y docilidad al Espíritu Santo, cada día es un regalo y una tarea.
La vida de una Hermana de Nazaret es tanto más bella cuanto más se entrega a Dios y a los demás. Y como en cualquier vocación, esto supone responsabilidad personal, radicalidad y fidelidad a Jesús y a la propia elección. Como escribió San Juan Pablo II: «El amor es elegir el camino del amor y ser fiel a esa elección». Sólo una vocación religiosa vivida así tiene sentido.
«¡Qué hermoso es estar contigo, dedicarnos a ti, concentrar de modo exclusivo nuestra existencia en ti! En efecto, quien ha recibido la gracia de esta especial comunión de amor con Cristo, se siente como seducido por su fulgor: Él es «el más hermoso de los hijos de Adán» (Sal 45, 3), el Incomparable». (Vita Consecrata, 15)
De la oración diaria de las hermanas de Nazaret
«Oh Jesús, Verbo encarnado, Salvador del mundo, tu vida es para nosotros ejemplo de una entrega total a tu Padre y a la obra que te confió. Ayúdanos a vivir plenamente nuestra consagración religiosa, dándonos completamente en tu misión salvífica, al Pueblo de Dios.
María, Madre de Dios, danos la gracia de una íntima unión con tu divino Hijo, en Cristo y por Cristo con el Padre y el Espíritu Santo.
San José, Guardián de la Sagrada Familia, enséñanos a vivir una vida de oración, trabajo y olvido de uno mismo para que seamos herramientas bien dispuestas a la voluntad Divina.
¡Jesus, Maria, José! Haced que nuestra vida en la Congregación sea para todos signo de la Presencia de Cristo y testimonio de la esperanza de la Gloria de la Resurrección».