Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret

Dios nos invitó a Kazajistán

En la primavera de 2006, el Señor Arzobispo Tomasz Peta, Ordinario de la Archidiócesis de Astana en Kazajistán visitó nuestra Casa General en Roma. Llegó con una humilde petición para que algunas de nuestras hermanas iniciasen una misión en Kazajstán. Era una petición humilde, porque había llamado a muchas puertas de varias congregaciones religiosas y no había encontrado mucho interés. Nos estaba invitando a una misión difícil, en un país devastado por el fuerte comunismo sufrido a largo plazo, donde los católicos constituían poco más del 2% de los habitantes de este enorme (7 veces más grande que Francia) país. Nos pidió que hubiera algunas hermanas que quisieran estar y rezar con aquellas personas que durante años habían estado privadas de la presencia de sacerdotes, monjas y sin poder recibir los sacramentos. Y al mismo tiempo que esas hermanas fuesen signo gozoso de la presencia de Dios para los no creyentes. El obispo sabía que nos estaba invitando a una dura misión con un clima muy extremo donde las estepas son infinitas, allí el sol del verano quema y el duro invierno todo lo congela. Nos invitó y se mantuvo a la espera de una respuesta…

En el otoño de ese año, la entonces superiora general, junto con una hermana consejera y la superiora provincial de Varsovia, realizaron un largo viaje a Kazajstán para ver la situación con sus propios ojos y tomar la decisión adecuada. No fue una experiencia fácil, pero después de regresar, en sus corazones las hermanas quedaron profundamente convencidas de que Dios nos invitaba a estar presentes allí. Pero quedaba por responder aún muchas preguntas prácticas y concretas: ¿A quién le gustaría ir? ¿Cuándo y dónde empezar la misión? ¿Sería mejor iniciar con dos comunidades pequeñas, en la misma o en distintas diócesis? ¿Cómo debemos preparar a las hermanas para esta difícil misión? Poco a poco estas preguntas fueron encontrando respuestas y el plan empezó a ponerse en marcha.

Así, el 30 de agosto de 2007 de madrugada, del convento de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret en Varsovia partió un pequeño minibús con las primeras 3 misioneras polacas. El bus se dirigía a la frontera entre Polonia y Ucrania. Las hermanas pasaron la noche en Żytomierz (Ucrania) donde una hermana más se unió al grupo. El día siguiente todas juntas viajaron a Kiev, la capital de Ucrania. A partir de ahí fue todo coser y cantar, apenas fueron otros tres días en tren hasta la capital de Kazajstán, Astana. Allí, en la estación, el Señor Obispo Tomasz junto con otros sacerdotes, esperaban a las misioneras. Las hermanas pasaron la noche en Astana, y al día siguiente cada una tomó su camino: las hermanas María Bożena y Laura se dirigieron en coche a Ekibastus, acompañadas por su párroco. También las hermanas Caritas y Konstancia con su párroco, continuaron el viaje hacia Karagandá (es decir hacia la otra diócesis donde íbamos a estar presentes). Las hermanas finalmente llegaron a sus respectivos destinos el 4 de septiembre, el día en la memoria litúrgica de las Beatas Hermanas de Nazaret, Mártires de Nowogrodek. ¿Quién sería mejor que nuestras Beatas Hermanas para cuidar de las hermanas misioneras en las remotas estepas de Kazajistán? Vale la pena mencionar que, de hecho, las Beatas Mártires fueron las primeras en llegar a Kazajistán, ya que el Señor Obispo Tomaszanteriormente había pedido las Reliquias de las 11 Mártires para su capilla.

Entre las primeras misioneras estaba la Hermana María Bożena (quien ahora forma parte de nuestra comunidad en España). Las palabras de su testimonio nos pueden hacer ver mejor como era el inicio de aquella misión en Kazajstán.

“Kazajstán es un país que ha sufrido mucho dolor, hambre y persecución. Yo conocía la historia del país a partir de las historias que leí de las personas que escribieron sus memorias. Esos terribles años de deportaciones, guerras y campos de trabajo hoy en día han terminado y han llegado tiempos nuevos y mejores, sin embargo, esto no significa que tengan una vida fácil. Y finalmente, también llegó el momento en que las Hermanas de Nazaret pisaron voluntariamente esta «tierra inhumana» con el corazón lleno de fe, esperanza y amor.

Mi aventura comenzó en la ciudad de Ekibastuz en el oeste de Kazajstán con más de 120.000 habitantes. Entre las muchas casas había una que se parecía igual a todas las demás casas pero que era totalmente diferente. Tenía una cruz en el tejado y en ella vivía el Dios Vivo, escondido en el Santísimo Sacramento (en Ekibastus la comunidad católica no tenía ninguna iglesia, solo esta pequeña casa). Para ese puñado de católicos que vivían en esa ciudad, la llegada de las hermanas era una señal de que sus oraciones habían sido contestadas y que se cumplían sus sueños. Aquella casa era una representación tan fiel del Belén: la Sagrada Familia viviendo en ella y aquella gente sencilla tan feliz de que, tras varias décadas de espera, por fin pudover a Jesús, a sacerdotes, pudo recibir los sacramentos, incluso poder hablar con monjas. Para aquellos que creían y confiaban en Dios, aquella era la verdadera felicidad y la plena evidencia de que Dios no se había olvidado de ellos. Para esta gente sencilla, éramos un signo tan visible de que «Dios nos escucha». Éramos plenamente conscientes de que la gente nos veía como las verdaderas mensajeras de Dios, con nuestras obras y no solo nuestras palabras. Esto nos hacía muy felices, pero, por otro lado, era algo casi demasiado para poder vivir, era mucha responsabilidad….

Empezamos a construir poco a poco nuestra nueva y humilde realidad basándonos en la oración. Lentamente, comenzaron las conversaciones con la gente, las celebraciones juntos, etc. Fueron tiempos de estar con la gente y disfrutar, pero también de conocer las historias difíciles y dolorosas de aquellas personas. Había mucha alegría en nuestros corazones por conocer a aquellas personas, pero también teníamos el deseo de llegar a aquellos que no conocen a Dios y también necesitan de Su misericordia. Nuestros primeros «viajes misioneros» fueron al mercado local, repleto de gente, muchos de ellos mirándonos con curiosidad. Poco a poco, según pasaron los días, algunos se acercaron para hablar.  De estas conversaciones tan banales siempre brotaba en los corazones de estas personas una pregunta sobre inquietudes más profundas. Sin embargo, debíamos ser extremadamente cautelosas y hablar con sabiduría y astucia, para que nadie nos acusara de generar ningún tipo de agitación (es decir, acusarnos de quereratraer a la gente a la Iglesia Católica) o de hacer propaganda política (tal y como se entiende en un país comunista).  Debíamos tener mucho cuidado porque si nos acusaban de lo anterior, eso significaría para los católicos locales que verían cerrada su iglesia, y para nosotras tener que regresar a Polonia.  Dios desde entonces nos ha permitido disfrutar del crecimiento paulatino de nuestra parroquia de San Juan el Bautista. Es cierto que nunca tuvimos multitudes, pero allí cada persona que se acerca a Dios es verdaderamente un milagro del Amor de Dios.

Al finalizar ese primer año, nuestro párroco fue a Polonia para obtener un nuevo visado. Fue entonces cuando hasta cierto punto comencé a comprender realmente a estas personas, a darme cuenta de su hambre de Eucaristía, sus anhelos, su dolor y su alegría. En aquellos días sin el párroco, la única Santa Misa que se celebraba era en una iglesia a 500 km de distancia, y obviamente no tuvimos la posibilidad a viajar tan lejos…. En aquellos días yo también sentí hambre de la Eucaristía. Esta situación que para nosotras duró solo tres semanas, para nuestros feligreses de Ekibastuz habían durado más de 40 años. 40 años esperandoun sacerdote, la Eucaristía, los demás sacramentos… Doy gracias a Dios por todas estas personas que nunca habían dejado de creer, confiar y amar a Dios. Su testimonio fortalece mi fe y confianza en que Dios no se olvida de nadie”.

Han pasado bastantes años desde aquellos primeros momentos. La misión de las Hermanas de Nazaret continúa presente y creciendo poco a poco, aunque sigue siendo una misión de sencilla presencia, oración y humilde apostolado. Cualquiera que fuera a este país pensando que se iba a dedicar al cuidado pastoral de grandes multitudes y cosechar “grandes éxitos”, se daría cuenta rápidamente de lo equivocado que estaba yregresaríaal poco tiempo a su país totalmente desmotivado y hundido. Para formar parte de esta comunidad hace falta mucha humildad, sencillez y paciencia. Sin prisa, pero sin pausa vamos creciendo y actualmente, tenemos 5 pequeñas comunidades de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret repartidas por Kazajstán.   

Leave a Comment.

© All rights reserved. Powered by VLThemes.