Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret

Cuaresma en Nazaret

“Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.”

La Beata Franciszka Siedliska (la Fundadora de nuestra Congregación) padeció muchos sufrimientos en su vida, tanto físicos como espirituales. Poco a poco, aprendió a mirar a la cruz con los ojos de la fe, descubriendo en ella la experiencia del amor eterno de Dios. Comprendió que podía ofrecer todos sus sufrimientos a Dios como un don de amor. Comprendió también, que no es suficiente con compadecerse de Jesús que sufre, sino que es necesario sufrir con Él. 

Tenía una gran devoción a la Pasión del Señor. Durante la Cuaresma, trató de practicar el Vía Crucis todos los días. La Beata en su vida practicó diversas formas de mortificación y penitencia, queriendo compensar a Dios por todos los insultos y la falta de amor que había enel mundo por parte de tantas personas. En su diario espiritual escribió: “Dios mío, me diste aentender el valor del sufrimiento, de las dolencias, de las dificultades y de las cruces. No quiero huir de ellas, sino aceptar de Ti cada sufrimiento, enfermedad, dificultad con alegría y gratitud, porque en este modo puedo sufrir contigo, tener una pequeña participación en  Tussufrimientos, mostrar mi amor y unirme a Ti a través del sufrimiento por el poder de Tu Cruz.”

Esta comprensión por parte la Fundadora del misterio de la Cruz se la transmitió a las primeras Hermanas de Nazaret. Por eso, el espíritu de reparación está profundamente arraigado en la tradición de la Congregación. Fue vivida por sucesivas generaciones de hermanas de acuerdo con las enseñanzas y tradiciones de la Iglesia. Las formas penitenciales fueron cambiándo, adaptándose a cada época, cultura y lugar. 

Hoy, en la Congregación, el espíritu de reparación y los actos de penitencia se practican de diversas formas, tanto a nivel individual como comunitario. La espiritualidad de Nazaret se caracteriza por la cotidianidad, la sencillez y el ocultamiento (la vida oculta). La Fundadora lo expreso en siguientes palabras: “Y así es como me pareció la vida de nuestro Nazaret – una vida de amor: hacia el exterior el trabajo, el deber, la entrega a lo que el Señor Jesús requiera…, pero en el fondo del alma, en la vida interior, el vínculo más estrecho con el Señor Jesús.”

En las Constituciones de la Congregación encontramos el siguiente párrafo: “Nuestra vida de oración nos hace participar en el Misterio Pascual de Cristo, nos prepara para recibir las gracias, nos enseña el verdadero amor y nos abre a los sufrimientos de los demás. La oración es la escuela de aceptar con fe las dificultades y los sufrimientos de cada día en comunión con Cristo, que aceptó con amor la cruz para redimir al mundo”. (AL3.9) Por eso Nazaret es una escuela para aceptar con fe la cruz diaria y vivirla en unión con Cristo. Es la
muerte diaria y silenciosa del grano, para poder dar fruto…

Al entrar en el período de Cuaresma, no multiplicamos las prácticas penitenciales, sino que tratamos de profundizar nuestra relación con Jesús. Individualmente y como comunidad, nos preguntamos qué nos ayuda a alcanzarlo, qué nos estorba y qué podemos cambiar. Es un periódo en el que el silencio cobra especial importancia, ya que es necesario para poder concentrárse y reflexionar sobre lo anteriormente citado. Y claro, en el día a día, ponemos en práctica las enseñanzas de la Iglesia a través del ayuno, la abstinencia y limosna. Y, sobre todo, abrimos nuestros corazones a las gracias que Dios quiera traer a cada una de nosotras.

Siguiendo a Jesús de Nazaret, vivimos el Misterio Pascual, entregando a Dios nuestro tiempo, trabajo, fuerza física y espiritual, cada instante de la vida cotidiana, porque hay que morir, perder la vida, para recobrarla, según las palabras de Jesús: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga”. (Lc9, 23)

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