Los padres de Franciszka eran creyentes, pero en el modo propio de aquella época y la sociedad a la que pertenecían. En los recuerdos que nos dejó de su infancia, Franciszka escribe abiertamente: «mis padres se distinguían por una gran nobleza y respetabilidad, eran honrados y respetados, pero Dios no era el Señor en nuestro hogar». También escribe que, lamentablemente, «mamá nunca cuidó de mí ni de mi hermano». Dedicar tiempo y la atención adecuada a los niños estaba más allá de las capacidades de la señora Cecilia, enfermiza y tendente a tener problemas de «nervios». Sin embargo, se convirtió en compañera de su hija en el desarrollo de su fe y su vocación religiosa, especialmente tras la muerte de su marido Adolf en 1870. En 1874 decidió acompañar a Franciszka en el proceso de fundar una nueva comunidad religiosa, pero el clima romano o quizás las exigencias de esta «nueva vida» resultaron ser demasiado para sus fuerzas… No sabemos cuándo ni cómo regresó a su tierra natal. La señora Cecilia pasó el resto de su vida en el Centro de Tratamiento de Kowanówek, cerca de Poznań. Por la correspondencia conservada sabemos que allí se sentía tan bien y segura que no quería vivir en Żdżary con su hijo Adam ni regresar a la comunidad religiosa de Franciszka. Cecilia murió el 5 de septiembre de 1899 en Kowanówek.