Creo en la comunión de los santos.
Durante el mes de noviembre rezamos de manera especial por nuestros difuntos. En el Credo de la Iglesia Católica confesamos nuestra fe en la comunión de los santos, es decir, en la comunidad espiritual con aquellos que ya han pasado a la eternidad.
Toda familia tiene al otro lado a seres queridos: algunos los abuelos, algunos los padres, hermanos, amigos, hijos… También nosotras, como familia religiosa, sentimos la comunión espiritual con nuestras hermanas que viven en la eternidad. El «Nazaret celestial» es ya más numeroso que el terrenal, porque creemos que en el cielo hay ya más de 2.000 Hermanas de Nazaret. Entre ellas se encuentra la beata Fundadora FranciszkaSiedliska y las 11 beatas Mártires de Nowogrodek, también está la Sierva de Dios, la Hermana Margarita y una multitud de hermanas, cuya santidad sólo Dios conoce. El Papa Francisco habla de los «santos del barrio», y nosotras hablamos de las humildes hermanas de las capillas de nuestros conventos, de las sacristías parroquiales, de las aulas de los colegios, de los patios de las guarderías, de las cocinas y de los jardines… Ellas dedicaban toda su vida a Dios y al prójimo.
Rezar por los difuntos es una de las siete obras de misericordia respecto del alma. Creemos que Dios es misericordioso, pero también es justo. Por eso rezamos por las almas de nuestras hermanas, especialmente aquellas, que aún pueden estar esperando la unión plena con Dios. Todos los días en nuestras comunidades rezamos el Salmo 130, que es una humilde invocación de la misericordia de Dios: “Desde lo más profundo te invoco, Señor, ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido. Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra”. En la oración final mencionamos los nombres de las hermanas cuyo aniversario de muerte (o más bien de nacimiento para el cielo) cae en ese día. Incluimos también en esta oración a nuestros familiares, a miembros de la Asociación de la Sagrada Familia y por supuesto a los bienhechores de nuestra Congregación.
Cuando muere una hermana, la noticia de su muerte es enviada a todas las comunidades de nuestra congregación en el mundo. El mensaje comienza con las palabras del Cantar de los Cantares: He encontrado al amado de mi alma… También se envía una breve biografía de la hermana. Todos estos memorandos de las hermanas fallecidas se conservan en los archivos de la casa general de nuestra Congregación en Roma.
En esta misma casa, hay unos largos pasillos cuyas paredes están repletas de placas conmemorativas con el nombre religioso, nombre real y fecha y lugar de fallecimiento de cada una de las hermanas. Desde la primera hermana Antonina Zatorska, que murió en Roma (25 de abril de 1881), mientras aún vivía la Madre Fundadora, hasta las hermanas que fallecieron el año pasado. Caminando por estos pasillos y leyendo los nombres de las hermanas, casi se puede sentir la larga y rica historia de la Congregación, escrita a través de la vida de cada hermana.
También visitamos las tumbas de las hermanas, no sólo por motivo del día de Todos los Santos o de Todos los Difuntos. Las tumbas de la congregación a menudo llevan una imagen de la Sagrada Familia. Creemos que nuestras hermanas fallecidas ya pueden disfrutar de la compañía de Jesús, María y José. También creemos que un día nos volveremos a encontrar en el cielo, donde no habrá más lágrimas, ni dolor, ni sufrimiento, y donde el Cordero será la luz para todos. Así que ¡nos vemos en el cielo!