Buscando vivir como lo hacía la Sagrada Familia…
Se pide a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como «testigos y artífices de aquel "proyecto de comunión" que constituye la cima de la historia del hombre según Dios».
En la última semana de Adviento, tuve la ocasión de celebrar mi retiro anual. En medio de todas esas charlas con ricas reflexiones me llamaron especialmente la atención las palabras del predicador sobre el diagnóstico actual del estado de la vida religiosa, especialmente en Europa Occidental. Sin duda, la actual crisis de vocaciones está ligada también a una crisis de identidad que han ido sufriendo las personas consagradas, al perder el sentido de la vida religiosa e ir adquiriendo hábitos más banales y mundanos. Por este motivo, uno de los retos y ámbitos de reconversión ha de ser recuperar la calidad de la vida comunitaria. En una sociedad individualizada como es la actual en la que las relaciones familiares son caducas y están marcadas por la inestabilidad y fragilidad, los jóvenes buscan comunidades vivas donde poder establecer y construir relaciones más profundas.
¿En qué se basa el carácter comunitario de la vida religiosa y, más concretamente, en la vida de las Hermanas de Nazaret?
En el corazón de nuestro carisma está la llamada a extender el Reino del amor de Dios, primero entre nosotras, en comunidad y luego a los demás. En otras palabras, amarnos unas a otras con un amor fraterno que tiene su fuente en el amor con el que Dios nos ha amado y ama a cada una. Procuramos poner en práctica y mejorar día a día el vivir según el ejemplo de la Sagrada Familia, cuya vida estaba centrada en el amor de Dios y el amor mutuo. La búsqueda diaria de la presencia de Dios, alimentada por su amor, nos da la libertad y la fuerza para amar al resto de hermanas, a veces tan diferentes unas de otras. Para nosotras también es difícil a veces convivir, y debemos esforzarnos día a día para luchar contra nuestros propios pecados, y poder vivir en comunidad.
Nuestro deseo es vivir en comunidad el Evangelio de tal manera que sea expresión de la presencia del Señor entre nosotras. Es Dios quien crea la comunión entre nosotras, es Él quien hace posible la existencia a toda comunidad. Las comunidades religiosas no se crean porque unas cuantas hermanas se lleven bien y quieran convivir, sino que se basan en la voluntad de Dios que nos convoca para determinada misión. Por supuesto se basa también en la fe y en el amor de cada hermana hacia Dios. La comunión fraterna se convierte así en signo profético y fermento de comunión en el mundo. La propia vida comunitaria se convierte en vida apostólica y evangelizadora cuando es signo de la presencia de Dios entre nosotras, cuando el modo de vivir nuestras relaciones en comunidad proclama la fuerza reconciliadora de Cristo, cuando hace presente el Reino de Dios proclamado por Jesucristo. Es la manera más clara y ejemplificadora de evangelización.
Gracias a que vivimos entre nosotras este amor, podemos a posteriori amar de manera fraterna y profunda al resto de la humanidad. Estamos llamadas a proclamar con nuestro estilo de vida que la comunión y la unidad son posibles, que son posibles en la vida familiar, eclesial y social. Estas relaciones de amor más profundas, como el perdón, el servicio, la misericordia, son posibles gracias a la presencia de Dios en nosotras y entre nosotras.
Queremos vivir con sencillez, cerca de la gente, invitándola a compartir una fraternidad que tiene sus raíces en Cristo. En un mundo en el que imperan el egoísmo, el odio y la injusticia, queremos proclamar el poder de la gracia de Dios que hace posible el amor y el perdón. En medio de las inevitables dificultades que surgen en toda convivencia, oramos diariamente por la unidad, la comunión amorosa. Y finalmente buscamos compartir con el mundo esa esperanza y espera de alcanzar la plena unidad a la que Dios nos llama en Cristo.
La vida de comunión será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo [...]. De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión». Más aún, «la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera».
Debemos ser la levadura, la semilla sembrada en la tierra para que muera y produzca una cosecha. En medio de un mundo globalizado, secularizado, multicultural y frenético lo más importante no es que seamos muchísimas religiosas, o las más poderosas e influyentes del mundo. Lo que realmente importa es que confiemos en Jesús, acojamos su promesa y seamos verdaderos signos e instrumentos del Reino de Dios. El resto, como dice el Evangelio, “se nos dará por añadidura” (Mt 6,33).
Jesús era consciente de la pequeñez del reducido grupo de hombres y mujeres que le seguían, a menudo desconcertados y ansiosos. Sabía que su grupo no sólo era pequeño, sino también frágil. Era una débil minoría en medio del gran imperio romano y, en comparación con el judaísmo de la época, eran irrelevantes, sin influencia y sin poder en el mundo. Y, sin embargo, les dijo las palabras que continuamente nos dice también a nosotros: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino” (Lc 12,32). Y como añade San Pablo: “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”. (2 Cor 4,7).