Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret

He bajado para librarlo (Ex 3,7)

¡Marana tha! ¡Ven, Señor, Jesús!
El Espíritu y la Esposa dicen: << ¡Ven, Señor!>>
Quien lo oiga, diga: << ¡Ven, Señor!>>
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor, Jesús!

La Lectio Divina de diciembre, con el profeta Moisés, ha sido una luz para todos nosotros, ya que estamos esperando a Dios. Al igual que los israelitas esperaron su venida, durante muchos años de esclavitud y oscuridad, así nosotros pedimos hoy: ¡Ven Señor Jesús!

En su profunda charla, Cristina Vidal nos hizo reflexionar sobre algunos momentos únicos en la vida de los israelitas y de Moisés, los cuales nos pueden ayudar a prepararnos más a fondo para la Navidad.

En el Antiguo Testamento hay una pedagogía de Dios. Dios educa al pueblo. Y esto prefigura el camino que quiere hacer Dios con cada uno de nosotros, y también con la Iglesia. Dios rescata a un pueblo de la esclavitud de Egipto y rescata a cada uno de nosotros de nuestras esclavitudes.

Dios ve nuestro sufrimiento, pero no está lejos de él. En tiempos de Moisés, los israelitas sufrían la esclavitud, los egipcios los trataban muy mal, pero Dios lo vio todo. ¿Cuántas veces en nuestras vidas experimentamos las esclavitudes? Estamos esclavizados por una falsa imagen de nosotros mismos. Pretendemos ser alguien que no somos porque queremos quedar bien frente a los demás. El dinero nos esclaviza. Estamos esclavizados por nuestro trabajo cuando vivimos sólo para él. Estamos esclavizados por los malos sentimientos. ¿Cuántos jóvenes experimentan la esclavitud del sexo y los deseos desordenados? Nos distanciamos de Dios a través de nuestra esclavitud, sufrimos y no somos felices de corazón. Y Dios lo que quiere es intimidad con nosotros, porque no podemos ser felices sin Dios.

Por eso Dios condujo a su pueblo al desierto, para que el pueblo diera gloria al Señor. La medicina para todas nuestras ataduras es estar con Dios, elegir a Dios, darle gloria como al único Señor de nuestras vidas. No podemos servir a dos señores. Siempre que entramos en cualquier tipo de esclavitud, perdemos nuestra relación íntima con Dios, no damos gloria al único Dios. Hay diferentes tipos de esclavitud externa que son fáciles de ver. Pero también hay esclavitudes internas, como la pereza, el juicio, la crítica, hablar mal de los demás…. Y Dios ve todo esto y sabe que el corazón humano sufre. Dios ve nuestras lágrimas de impotencia…. Por todo ello, Dios viene a liberarnos de la esclavitud y a llevarnos a la tierra prometida, invitándonos a abandonar la tierra de nuestra esclavitud.

No estamos solos en nuestro viaje de la vida. Dios nos está diciendo a cada uno de nosotros lo que le dijo a Moisés:<< Yo estaré contigo>>. No estás solo. Dios está con nosotros, la Iglesia está con nosotros, mucha gente buena está con nosotros. Y, paradójicamente, estar cerca de Dios no significa que todo vaya a ser fácil. Al contrario, más de una vez las cosas se complican, ¿y por qué? Porque no es fácil salir de la esclavitud. No se sale de la esclavitud por nuestras propias fuerzas, sino por la fuerza de Dios. Uno no puede hacer nada sin el poder de Dios. Si el poder del mal es fuerte, el poder de Dios es todavía más fuerte.

Dios pasó por Egipto y sacó a los israelitas de la esclavitud. Los condujo a través del desierto y del mar, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Él nos conduce cada día de la misma manera en cada Eucaristía. Todos los días de nuestra vida necesitamos ser rescatados de la esclavitud cotidiana. Porque al final, la vida del cristiano es un intercambio, un admirable intercambio, donde yo le entrego mi esclavitud a Dios y él me da la salvación, donde yo le doy mis pecados y él me da la gracia, donde yo le doy mis heridas y Él me da su amor.

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